Page 98 - La Cabeza de la Hidra
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—Qué lástima —prosiguió—, he perdido mi ascendencia sobre Ayub. Él no lo sabe
todavía. Pero no faltará quien lo entere, en este mundo tan chiquito. Más vale que ese
par de sujetos desagradables se ocupen de él de una santa vez, ¿cómo? Exit Simón
Ayub. Lástima para usted también, licenciado Velázquez. Ayub creía a pies juntillas
que usted es un tal Félix Maldonado. Nadie más lo cree.
El Director General esperó mucho tiempo, de pie, con los brazos cruzados, un
comentario de Félix. Acabó por menear de un lado a otro la cabeza de puercoespín.
—¡Válgame Dios! Decididamente, cada vez que nos encontramos usted no puede
pronunciar palabra. Recuerdo al difunto Maldonado una tarde en mi ofocina, tan gallito,
tan parlanchín, ¿sí? Todo lo contrario de usted, que es la quintaesencia de lo taciturno.
Válgame, ¿cómo? Pero no se preocupe. Soy paciente. Tome mi pañuelo. Límpiese la
sangre de la boca. Vamos a entretenernos un rato mientras usted recupera el habla.
Cuando lo haga, evite las repeticiones, ¿cómo? Nuestra gente le siguió desde que
abandonó, con alardes dignos de un héroe de Dumas, la clínica de Tonalá. Lástima que
acudiera a un recurso tan melodramático como el incendio. Esperaba más de su finesse.
Pero en fin, estábamos a merced de sus tretas. Lo importante, ¿cómo?, es que escapara
creyendo que realmente escapaba. Sin sospechar que nosotros deseábamos
fervientemente el éxito de su fuga.
—¿Por qué? —dijo Félix mezclando sangre y saliva.
—¡Aleluya! ¡Primero fue el verbo! —exclamó con deleite el Director General—. ¿Por
qué? Memorables primeras palabras del señor licenciado don Diego Velázquez, nuevo
jefe del Departamento de Análisis de Precios de la Secretaría de Fomento Industrial.
El Director General se relamió los labios delgados como navajas al pronunciar el
nombre y los títulos que lo acompañaban.
—¿Por qué? Pregunta el flamante funcionario. Porque alguien nos estaba estropeando
las cosas y no sabíamos quién. Porque trasladan inopinadamente a Félix Maldonado de
Petróleos Mexicanos a Fomento Industrial y resulta que este modesto funcionario no
puede tener hijos hasta que le aumenten el sueldo y la posición se da el lujo de tener un
cuarto alquilado en permanencia en uno de los hoteles más caros de la ciudad. Porque
todo esto despierta mis legítimas dudas y porque la información reunida en los
archiveros del difunto Maldonado en el Hilton revela, después de una somera
investigación, ser falsa, colocada a propósito allí para hascernos sospecharlo todo sin
revelarnos nada. Pero a las guerritas de nervios, como a todas las guerras, pueden jugar
dos. Nuestros contrincantes pierden a su agente Félix Maldonado pero como nosotros
no somos tacaños, les regalamos en su lugar a Diego Velázquez, quien se bautiza a sí
mismo para ahorrarnos dolores de cabeza, ¿cómo?, y una buena noche se nos escapa de
una clínica porque queremos que se nos escape.
—¿Por qué?
—Su curiosidad resulta monótona, señor licenciado. Porque necesitábamos una inocente
paloma mensajera que nos condujese hasta el nido oculto desde donde un zopilote nada
inocente que usted y yo conocemos pretende descender en picada y desbaratar nuestros
planes. Ah, sonríe usted pícaramente, señor licenciado. Se dice que su amigo el buitre
shakespeariano nos ha ganado la partida y tiene el anillo en su poder. Usted lo llama
Timón de Atenas y por algo será. ¿Qué dice el Bardo inmortal en el acto primero,
primera escena de su drama sobre el poder y el dinero, o más bien, el poder del dinero?
El director General, con los brazos siempre cruzados, echó hacia atrás la cabeza y
permitió que la ensoñación penetrara la oscuridad de sus espejuelos.
—«Ved cómo todos ofrecen sus servicios al señor Timón. Su vasta fortuna subyuga a
toda clase de corazones y los apropia para su tendencia.» ¿Cito mal, señor licenciado?
Perdón. Mi formación no fue anglosajona como la suya y de su patrón, sino francesa, de

