Page 34 - Marciano Vete A Casa - Fredric Brown
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¡Es el este, y Julieta el Sol!


            Levántate, hermoso Sol, y hiere a la envidiosa Luna


            que ya está enferma y pálida del pesar


            de que tú, su doncella...






            Había llegado a ese punto cuando de repente apareció un


          hombrecillo verde sentado en la balaustrada, medio metro


          a la izquierda de donde se apoyaba Helen Ferguson.


            Richard Bretaine tragó saliva y perdió el ritmo, pero se


          recobró rápidamente y continuó. Después de todo, aún no


          había ninguna prueba de que alguien viese lo que él veía.


          Y en cualquier caso, la función siempre debe continuar. Si‐


          guió valerosamente:






            ...seas mucho más bella que ella.


            Pero no su doncella, ya que siente envidia;


            sus viejos cendales son pálidos y verdes...





            La palabra «verde» se le atravesó en la garganta. Hizo


          una pausa para recobrar el aliento, y en aquella pausa es‐



          cuchó un murmullo colectivo que parecía surgir de todos


          los rincones del estudio.


            En ese momento el hombrecillo dijo con voz clara y bur‐


          lona.


            –Mack, eso es una solemne tontería, y tú lo sabes.


            Julieta se enderezó y vio lo que había en la balaustrada, a


          su lado. Chilló una sola vez y cayó desvanecida. El mar‐


          ciano la miró.




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