Page 115 - El hombre ilustrado - Ray Bradbury
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LA LLUVIA



           LA  lluvia  continuaba.  Era  una  lluvia  dura,  una


           lluvia constante, una lluvia minuciosa y opresiva.

           Era un chisporroteo, una catarata, un latigazo en los


           ojos, una resaca en los tobillos. Era una lluvia que


           ahogaba todas las lluvias, y hasta el recuerdo de las


           otras lluvias. Caía a golpes, en toneladas; entraba

           como hachazos en la selva y seccionaba los árboles


           y  cortaba  las  hierbas  y  horadaba  los  suelos  y


           deshacía  las  zarzas.  Encogía  las  manos  de  los


           hombres hasta convertirlas en arrugadas manos de

           mono. Era una lluvia sólida y vidriosa, y no dejaba


           de caer.



           —¿Cuánto falta, teniente?



           —No  sé.  Un  kilómetro,  diez  kilómetros,  mil


           kilómetros.


           —¿No está seguro?



           —¿Cómo puedo estarlo?



           —No  me  gusta  esta  lluvia.  Si  supiésemos,  por  lo


           menos,  a  qué  distancia  está  la  cúpula  solar,  me


           sentiría mejor.



           —Faltará una hora o dos.



           —¿Lo cree usted de veras, teniente?


           —¿O miente para animarnos?



           —Miento para animarlos. ¡Cállese!




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