Page 117 - El hombre ilustrado - Ray Bradbury
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—No, me miento a mí mismo. A veces es necesario
mentir. No aguantaré mucho más. Los hombres se
metieron en la selva, mirando sus brújulas de
cuando en cuando. No había ningún punto de
referencia, sólo lo que señalaba la brújula. Un cielo
gris, y la lluvia, y la selva, y algún claro entre los
árboles, y detrás de ellos, muy lejos, en alguna
parte, el cohete destrozado. El cohete en el que
yacían dos de sus compañeros, muertos, y
chorreando lluvia.
Los hombres caminaron en fila india, sin hablarse.
De pronto, llegaron a la orilla de un río, ancho,
aplastado y de aguas oscuras, que corría hacia el
mar Único. La lluvia cubría la superficie del río con
un billón de puntos.
—Vamos, Simmons —dijo el teniente.
Hizo una seña, y Simmons sacó un paquete que
bajo la acción de alguna sustancia química se infló
hasta formar un bote. El teniente dirigió el corte de
algunas maderas y la rápida construcción de unos
remos y los hombres se lanzaron al río, remando
rápidamente, a través de las aguas tranquilas, bajo
la lluvia.
El teniente sintió la lluvia fría en las mejillas, en el
cuello y en los móviles brazos. El frío le llegó a los
pulmones. Sintió la lluvia en las orejas, en los ojos,
en las piernas.
—No dormí nada anoche —murmuró.
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