Page 119 - El hombre ilustrado - Ray Bradbury
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amarilla, redonda y brillante como el sol. Una casa
de cinco metros de alto por treinta de diámetro.
Calor, paz, comida caliente, y un refugio contra la
lluvia. Y en el centro de la cúpula brillaba, es claro,
el sol. Un globo de fuego amarillo que flotaba
libremente en lo alto del edificio. Y mientras uno
fumaba o leía o bebía el chocolate caliente con
burbujas de crema, se podía mirar el sol. Allí estaba,
amarillo, del mismo tamaño que el sol terrestre,
cálido, continuo. Dentro de esa casa, mientras
pasaban ociosamente las horas, era fácil olvidarse
del mundo lluvioso de Venus.
El teniente se volvió y miró a los tres hombres que
remaban apretando los labios. Estaban tan blancos
como setas, tan blancos como él. Venus lo
blanqueaba todo en sólo unos meses. Hasta la selva
era un enorme papel blanco con unas pocas líneas
un poco menos blancas: un dibujo de pesadilla.
Cómo podía ser verde, si no había sol, si la lluvia
caía sin cesar en un permanente crepúsculo. La
selva blanca, blanca, y las hojas del color del queso
y la tierra como húmedos trozos de queso
Camembert y los troncos de los árboles como tallos
de setas gigantescas… todo negro y blanco. ¿Y
cuándo veían el suelo? ¿No era casi siempre un
arroyo, un pantano, un estanque, un lago, un río, y
luego, por fin, el mar?
—Llegamos.
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