Page 130 - El hombre ilustrado - Ray Bradbury
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—Muy bien. Entonces nos comeremos el resto de
las raciones y nos pondremos en seguida en
camino.
—Si por lo menos la lluvia no me golpeara la cabeza
—dijo Pickard—. Sólo por unos minutos… Si
pudiera recordar en qué consiste sentirse tranquilo.
—Pickard se apretó la cabeza con ambas manos—.
Recuerdo que cuando iba a la escuela un granuja
que se sentaba detrás de mí me pinchaba y me
pinchaba y me pinchaba cada cinco minutos, todo
el día. Y así durante semanas y meses. Yo tenía
siempre los brazos lastimados, con manchas negras
o azules y pensaba que esos pinchazos terminarían
por volverme loco. Un día, perdí la cabeza y me
volví en mi asiento con una escuadra de metal que
usaba en las clases de dibujo técnico, y casi lo mato
a aquel bastardo. Casi le saco la cabeza. Casi le
arranco un ojo. Me echaron de la clase, mientras yo
gritaba: «¿Por qué no me deja tranquilo? ¿Por qué
no me deja tranquilo?» —Pickard se apretaba los
huesos de la cabeza con ambas manos. Cerraba los
ojos—. ¿Pero qué puedo hacer ahora? ¿A quien voy
a golpear, a quién le diré que se vaya, que deje de
molestarme? ¡Esta lluvia maldita, como aquellos
pinchazos, siempre sobre uno! ¡No se oye nada
más! ¡No se siente nada más!
—Llegaremos a la otra cúpula solar a las cuatro de
la tarde.
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