Page 132 - El hombre ilustrado - Ray Bradbury
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—Bueno —dijo el teniente—, veremos qué se puede
hacer. Ya lo hemos intentado antes, pero no sé…
Este clima no parece invitar al sueño.
Los hombres se tendieron en el barro, tapándose las
cabezas para que el agua no les entrara por las
bocas. Cerraron los ojos. El teniente se estremeció.
No podía dormir.
Algo le corría por la piel. Algo crecía sobre él, en
capas. Caían unas gotas, sobre otras gotas, y todas
se unían formando unos hilos de agua que le
corrían por el cuerpo. Y mientras, las raíces de las
plantas se le metían en la ropa. Sintió que la hiedra
lo cubría con un segundo traje; sintió que los
capullos de las florecitas se abrían, y que caían los
pétalos. Y la lluvia seguía y seguía, golpeándole el
cuerpo y la cabeza. En la noche luminosa (pues la
vegetación brillaba ahora en la oscuridad) podía
ver las figuras de los otros dos hombres, como
troncos caídos cubiertos por un manto de hierbas y
flores. La lluvia le golpeó la cara. Se cubrió la cara
con las manos. La lluvia le golpeó entonces el
cuello. Se volvió boca abajo, en el barro, entre las
plantas de tejidos elásticos, y la lluvia le golpeó la
espalda y las piernas.
El teniente se incorporó y comenzó a sacudirse el
agua del cuerpo. Mil manos lo estaban tocando, y
no quería que lo tocaran. Ya no lo aguantaba más.
Trastabilló y chocó contra alguien. Era Simmons, de
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