Page 133 - El hombre ilustrado - Ray Bradbury
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pie bajo la lluvia. Simmons escupía, tosía y
estornudaba. Y en seguida Pickard, gritando, se
incorporó y echó a correr.
—¡Un momento, Pickard!
—¡Basta! ¡Basta! —gritaba Pickard. Disparó seis
veces su arma contra el cielo de la noche. En el
resplandor de la pólvora, durante un instante, con
cada detonación, los hombres pudieron ver
ejércitos de gotas de lluvia, como incrustadas en
una vasta e inmóvil piedra de ámbar, como
sorprendidas por la explosión. Quince billones de
gotitas, quince billones de lágrimas, quince billones
de joyas en una vitrina forrada de terciopelo blanco.
Y luego, cuando la luz desapareció, las gotas que se
habían detenido para ser fotografiadas, que habían
suspendido su rápido descenso, cayeron sobre los
hombres, como una nube de voraces insectos, fría y
dolorosa.
—¡Basta! ¡Basta!
—¡Pickard!
Pero Pickard ya no se movía.
El teniente encendió una linterna e iluminó el rostro
húmedo de Pickard. El hombre tenía los ojos
desorbitados y la boca abierta, y el rostro vuelto
hacia arriba, de modo que el agua le golpeaba la
lengua y le estallaba en la boca, y le lastimaba y le
mojaba los ojos abiertos, y le salía en burbujas de la
nariz como un murmullo espumoso.
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