Page 139 - El hombre ilustrado - Ray Bradbury
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humeante, y una fuente llena de bizcochos. Y al
lado, en otra fuente, sándwiches de pollo y rodajas
de tomate y cebollas verdes. Y en una percha, en
frente, una gran toalla turca, verde y gruesa, y un
canasto para guardar las ropas mojadas. Y a la
derecha, una cabina donde unos cálidos rayos
secaban todo, instantáneamente. Y sobre una silla,
un uniforme limpio que esperaba a alguien, a él o a
cualquier otro extraviado. Y allá, más lejos, el café
que humeaba en recipientes de cobre, y un
fonógrafo del que nacía una música serena, y unos
libros encuadernados en cuero rojo o castaño. Y
cerca de los libros, un sofá blando y hondo donde
podía acostarse, desnudo, a absorber los rayos de
ese objeto grande y brillante que dominaba la
habitación.
Se llevó las manos a los ojos. Vio a otros hombres
que se acercaban a él, pero no les dijo nada. Esperó,
abrió los ojos y miró. El agua le caía a chorros del
uniforme y formaba un charco a sus pies. Sintió que
el pelo, la cara, el pecho, los brazos y las piernas se
le estaban secando.
El teniente miraba el sol.
El sol colgaba en el centro del cuarto, grande y
amarillo, y cálido. Era un sol silencioso, en una
habitación silenciosa. La puerta estaba cerrada y la
lluvia era sólo un recuerdo para su cuerpo
palpitante. El sol estaba allá arriba, en el cielo azul
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