Page 151 - El hombre ilustrado - Ray Bradbury
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de  la casa y  cocinaba para papá pasteles  y  tortas


           increíbles,  y  lo  miraba  fijamente  con  una  sonrisa


           que era de veras una sonrisa. Pero al terminar esos

           días  en  que  papá  parecía  estar  allí  para  mamá,


           mamá siempre lloraba. Y papá, de pie, impotente,


           miraba  a  su  alrededor  como  buscando  una


           respuesta, pero no la encontraba nunca.



           Papá giró lentamente, con su uniforme, para que

           pudiésemos verlo.



           —Date vuelta otra vez —dijo mamá.



           A la mañana siguiente papá entró en casa corriendo


           con  un  puñado  de  billetes.  Billetes  rosados  para


           California, billetes azules para México.


           —¡Vamos! —nos dijo—. Compraremos esas ropas


           baratas y una vez usadas las quemaremos. Miren,


           tomaremos  el  cohete  del  mediodía  para  Los


           Angeles,  el  helicóptero  de  las  dos  para  Santa


           Bárbara, y el aeroplano de las nueve para Ensenada,

           ¡y pasaremos allí la noche!



           Y fuimos a California, y paseamos a lo largo de la


           costa del Pacífico un día y medio, y nos instalamos


           al fin en las arenas de Malibu para comer crustáceo

           de noche. Papá se pasaba el tiempo escuchando o


           canturreando  u  observando  todas  las  cosas,


           atándose  a  ellas  como  si  el  mundo  fuese  una


           máquina  centrífuga  que  pudiera  arrojarlo,  en

           cualquier momento, muy lejos de nosotros.









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