Page 156 - El hombre ilustrado - Ray Bradbury
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Vamos, pensé yo ávidamente. Dilo, rápido. Di que
vas a quedarte, para siempre, y que ya no te irás
nunca. ¡Dilo!
En ese momento el paso de un helicóptero
estremeció la habitación y los ventanales se
sacudieron con un sonido cristalino. Papa volvió
los ojos.
Allí estaban las estrellas azules de la tarde, y el rojo
planeta Marte que se elevaba por el este.
Papá miró el planeta Marte durante todo un
minuto. Luego, como un ciego, extendió la mano
hacia mí.
—Pásame las arvejas —me dijo.
—Perdón —dijo mamá—. Voy a buscar un poco de
pan. Corrió a la cocina.
—Pero si hay pan aquí, en la mesa —exclamé.
Papá no me miró y empezó a comer.
No pude dormir aquella noche. A la una de la
mañana bajé al vestíbulo. La luz de la luna era como
una escarcha en los techos, y la hierba cubierta de
rocío brillaba como un campo de nieve. Me quedé
en el umbral, vestido sólo con mi pijama, acariciado
por el cálido viento de la noche. Y vi entonces a
papá sentado en la hamaca mecánica, que se
balanceaba suavemente. Su perfil apuntaba al cielo.
Miraba las estrellas que giraban en la noche, y los
ojos, como cristales grises, reflejaban la luna.
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