Page 161 - El hombre ilustrado - Ray Bradbury
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ojos castaños y brillantes de los primos instalados


           en el porche, y las varas frías y calcinadas rebotaban


           allá lejos sobre los campos de hierba seca.



           El muy reverendo padre Joseph Daniel Peregrine

           abrió  los  ojos.  ¡Qué  sueño!  ¡Él  y  sus  primos  que


           jugaban  animadamente  en  la  antigua  casa  del


           abuelo, en Ohio, hacía ya tantos años!



           Se quedó escuchando el gran vacío de la iglesia, las


           otras  celdas  donde  descansaban  los  otros  padres.

           ¿Recordarían  ellos,  también,  en  la  víspera  de  la


           partida del cohete Crucifijo, el cuatro de julio? Sí.


           Esta  inquieta  madrugada  se  parecía  a  aquellas

           noches de la fiesta de la Independencia cuando uno


           espera  el  primer  cañonazo  y  corre  luego  por  las


           aceras, cubiertas de rocío, con las manos llenas de


           ruidosos milagros.



           Y aquí estaban, los padres de la Iglesia Episcopal,

           momentos antes de lanzarse hacia Marte. Subirían


           como una rueda de fuegos de artificio, dejando una


           estela de incienso en la aterciopelada catedral del


           espacio.


           —¿Tenemos que ir realmente? —murmuró el padre


           Peregrine—.  ¿No  será  mejor  arreglar  nuestros


           pecados,  aquí,  en  la  Tierra?  ¿No  estaremos


           huyendo de nuestra vida terrestre?



           El  padre  Peregrine  se  incorporó  moviendo

           pesadamente ese cuerpo voluminoso que tenía el


           color de las fresas, la leche y la carne cruda.





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