Page 172 - El hombre ilustrado - Ray Bradbury
P. 172
—No. Son obra de Dios.
—¡Del demonio!
—No. Serénese.
El padre Peregrine calmó al padre Stone, y
volvieron a sentarse. Las esferas azules se acercaron
iluminando la cara de los dos sacerdotes.
Otra vez la noche del día de la Independencia,
pensó el padre Peregrine, estremeciéndose. Se
sentía como un niño en aquellos atardeceres del
cuatro de julio, cuando estallaban los cielos,
rompiéndose en estrellas de polvo y ardiente
sonido, y las ventanas de las casas temblaban como
el hielo de mil charcos. Las tías, los tíos y los primos
gritaban: «¡Ah!» como ante un médico celestial. El
cielo de verano se llenaba de colores. Y los globos
de fuego, encendidos por algún abuelo indulgente,
se alzaban en manos firmes y tiernas. ¡Oh, el
recuerdo de aquellos hermosos globos de fuego, de
luz suave, de cálidos e hinchados tejidos, como alas
de insecto, que yacían como mariposas plegadas en
cajas, y que al fin, después de un día de desorden y
furia, los niños desdoblaban cuidadosamente!
Azules, rojos, blancos, patrióticos, ¡los globos de
fuego! El padre Peregrine vio otra vez los rostros de
los familiares queridos, muertos hacía ya mucho
tiempo, y ya cubiertos de musgo, mientras el abuelo
encendía las velitas, permitiendo que el aire
caliente subiera a llenar los globos luminosos que
171

