Page 174 - El hombre ilustrado - Ray Bradbury
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Pero las esferas luminosas siguieron ardiendo como


           imágenes en un espejo oscuro. Parecían inmóviles,


           gaseosas, milagrosas, eternas.



           —Venimos  con  Dios  —dijo  el  padre  Peregrine

           dirigiéndose al cielo.



           —¡Qué tontería, qué tontería! —El padre Stone se


           mordía  el  dorso  de  la  mano—.  ¡Cállese,  padre


           Peregrine, en nombre de Dios!



           Las  esferas  fosforescentes  se  alejaron  entre  las

           colinas. Un instante después, habían desaparecido.



           El padre Peregrine las llamó de nuevo y el eco de su


           último grito sacudió las cimas más próximas. Se dio


           vuelta  y  vio  que  un  alud  levantaba  una  nube  de

           polvo,  se  detenía,  y  luego,  con  un  estruendo  de


           ruedas de piedra, descendía por la montaña.



           —¡Mire lo que ha hecho! —gritó el padre Stone.



           El padre Peregrine miró las piedras, casi fascinado,


           y  luego  con  horror.  Se  volvió,  sabiendo  que  sólo


           podrían correr unos metros. Serían aplastados por

           las rocas. Apenas alcanzó a murmurar:



           —¡Oh, Señor! —y las rocas cayeron.



           —¡Padre!



           Los sacerdotes fueron apartados de su sitio como el


           trigo de la cizaña. El débil resplandor azul de unas

           esferas,  unos  astros  fríos  que  se  movieron


           rápidamente, el eco de un trueno, y los padres se


           encontraron de pie en una arista rocosa a cincuenta




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