Page 173 - El hombre ilustrado - Ray Bradbury
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los  niños  sostenían  entre  las  manos,  como  una


           brillante visión que no se atrevían a liberar; pues ya


           sueltos los globos, otro año se iba de la vida, otro

           cuatro de julio, otro fragmento de belleza se perdía


           para siempre. Y hacia arriba, hacia arriba, todavía


           más  arriba,  hacia  las  cálidas  constelaciones  del


           verano,  subían  los  globos  de  fuego,  mientras  los


           ojos castaños y azules los seguían desde los porches

           familiares. Allá, en el territorio de Illinois, sobre ríos


           nocturnos y casas dormidas, los globos de fuego se


           elevaban cabeceando y alejándose para siempre…



           El padre Peregrine sintió que los ojos se le llenaban

           de lágrimas. Sobre él oscilaban los marcianos, como


           mil  susurrantes  globos  de  fuego.  En  cualquier


           momento  su  bondadoso  abuelo,  muerto  hacía  ya


           tanto  tiempo,  aparecería  a  su  lado,  con  los  ojos

           clavados en la belleza.



           Pero era el padre Stone.



           —¡Vámonos, por favor, padre!



           —Tengo que hablarles.



           El padre Peregrine se adelantó sin saber qué decir.


           ¿Qué les había dicho, mentalmente, a los globos de

           fuego  del  pasado?  Sois  hermosos,  sois  hermosos.


           Nada más, y eso ahora no parecía bastante. El padre


           Peregrine sólo atinó a levantar los gruesos brazos y


           a  gritarles  como  había  deseado  hacerlo  en  otro

           tiempo ante otros globos:



           —¡Hola!




                                                                                                          172
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