Page 198 - Arcana Mundi - Elizabeth Bear
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         en vez de dejarse caer ligeros como las aves cantoras.



                Eran fuertes, eso sí, y se lanzaban al aire como púgiles

         que tomaran impulso entre las cuerdas.



                La llevaron pendiente abajo por las verdes laderas del


         césped del campus, hacia un terreno con una urbanización

         de  viviendas  encaladas  y  cuidados  jardines  que  se

         encaramaban en lo alto de los acantilados. Giraron por un

         camino de acceso y la guiaron hacia el mar.



                Corrió  entre  la  fría  brisa,  con  una  manta  de  nubes


         oscureciendo el cielo, el olor del jazmín levantándose por

         todas partes. Los dientes de león tapizaban ambos lados de

         la  carretera,  las  vallas  del  cercado  la  separaban  de  un


         vecindario revestido de buganvillas de intensos y variados

         colores.



                Una gota de sudor le resbalaba a Dagmar por la nariz.

         Pero algunos días, había averiguado, tu cuerpo te concede

         pequeños regalos: como funcionar a un nivel de aptitud más


         alto de lo normal, un atisbo de lo que podrías llegar a lograr

         si sigues entrenando. Quizá era por el aire frío, o por el olor

         del  mar,  o  porque  el  camino  iba  sobre  todo  cuesta  abajo,


         pero ella siguió corriendo con fuerza hasta que alcanzó el

         final de la carretera.
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