Page 104 - El Jardin De Las Delicias - Ian Watson
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Jerónimo hizo una mueca con la boca, y se en‐
simismó durante unos momentos en su tristeza...
La gran tristeza del payaso.
Extensos zarzales rodeaban casi toda la base
del crómlech y constituían una barrera impenetra‐
ble a pecho desnudo. Los petirrojos y los gorriones
piaban despreocupados en la espesura. Tras arran‐
car una pizca de pelusa echaban a volar con el suti‐
lísimo regalo que les serviría para mullir el lejano
nido. Jilgueros grandes como casuarios rompían
por entre los espinos con su corpulencia, mientras
buscaban con el pico alguna presa de más sustancia
que un puñado de fibras..., pero su paso no llegaba
a dejar una senda abierta.
Mientras se acercaban los caminantes, una
bandada de ruidosos mirlos surgió de una cueva
oculta en una de las columnas de piedra. Los pája‐
ros entraban y salían revoloteando de la gruta for‐
mada por las cuatro patas, y se cernían sobre el
único camino despejado que permitía traspasar los
zarzales, como si quisieran servir de guías a los re‐
cién llegados. Era un largo sendero caracoleante,
desprovisto de espinos como al azar. Por él, los
cuatro consiguieron llegar finalmente a la gruta.
Hallaron un estanque fosforescente, y vieron
en la orilla de enfrente otro sendero que se alejaba
por entre las zarzas en dirección opuesta y desem‐
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