Page 127 - El Jardin De Las Delicias - Ian Watson
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res color rubí, anaranjado y salmón y les ofrecían
numerosas avenidas. Pero uno de los senderos es‐
taba pisoteado y la tierra revuelta, como si el uni‐
cornio hubiera decidido dejar un rastro bien claro.
Continuaron con la seguridad de alcanzarlo. Sin
dejar de avanzar, Sean aguzaba con una laja la
punta de un palo que había recogido. Y mientras
aguzaba, se notaba aguzado él mismo, apuntado,
convertido en una flecha que señalaba una direc‐
ción única sin posible camino de retomo. La rabia y
la obsesión le nublaban los ojos, cegándole para la
belleza de los sotos cargados de flores. En vez de
perfumes florales venteaba sangre y sudor..., como
si su olfato se hubiese vuelto algo primitivo, o ani‐
mal por fin, como la trufa agudísima de un perro
capaz de seguir un olor determinado entre millo‐
nes de otros olores mucho más intensos, pero que
no llegan a ocultar el que le interesa, con exclusión
de todos los demás que se arremolinaban alrededor
de él.
Era una mariposa, atraída a kilómetros de dis‐
tancia por una sola molécula de una feromona par‐
ticular: la de la muerte, convertida en todo su cos‐
mos: su radiofaro especial. Era un tiburón, enlo‐
quecido por el mínimo rastro de sangre en medio
de un océano aterciopelado de salobres aguas. Olía
el miedo: empalado en el cuerno del unicornio, ex‐
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