Page 145 - El Jardin De Las Delicias - Ian Watson
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y hacía rodar los ojos con invitadora expresión,
como si ése fuera su único medio de comunicación.
—¡Ajá! —exclamó Muthoni, y luego otra vez—:
¡Ajá!
Tras lo cual, metió el tridente en la sartén. Pin‐
chó la cabeza por los ojos y la alzó al aire para
echar a correr en seguida con ella. La sucia del ne‐
gligé la cubrió de improperios.
—¡Devuelve eso, medio teñida! ¡Tramposa!
¡Alcahueta! ¡Devuélveme a mi hombre!
(¿Por qué hago eso? ¿Acaso el cirujano alberga el
deseo secreto de descuartizar a las personas?)
La introspección se ahogó en una intoxicación
biliosa. Con un remolino de su tridente, Muthoni
arrojó la cabeza a gran distancia. La testa rebotó en
el suelo y rodó hasta detenerse. Pero entonces, y
sin que se supiera cómo (tal vez mediante contrac‐
ciones de los músculos del cuello, o moviendo las
orejas), se las arregló para regresar en dirección a
los fogones, arrastrándose centímetro a centímetro.
La cocinera la llamaba a silbidos. Cuando la cabeza
estuvo cerca, Muthoni le cortó el camino y la envió
a un lado de una patada, a lo que la sucia volvió a
gritar:
—¡Medio teñida!
Sólo entonces Muthoni se detuvo para fijarse
en sí misma. Se notaba vigorosa, fuerte como una
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