Page 162 - El Jardin De Las Delicias - Ian Watson
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manos resbaladizas. Denise cerraba la marcha con

               el tridente.



                      Hornillas ardientes, hornos, torres en ruinas y


               molinos de viento con las aspas en llamas eran el

               centro  de  una  actividad  frenética:  la  ciudad  de  la


               locura, del preconsciente desatado. Por lo visto era

               una ciudad sitiada y el grueso de la batalla estaba

               en el puente que cruzaba el lago de sangre negra.


               Un  grupo  de  combatientes  desnudos  luchaba  por

               entrar  y  otro  grupo  de  combatientes  desnudos


               pugnaba por salir. Así que nadie iba a ninguna par‐

               te. Pero aquél no era el único camino de acceso. Por

               ejemplo, se podía entrar en la ciudad viniendo por


               el  llano,  como  hizo  Muthoni;  el  camino  real,  sim‐

               plemente,  era  la  ruta  preferida.  Preferida  hasta  el

               punto de la obsesión. Por algún motivo, ellos tam‐


               bién iban hacia allí, hacia los bandos enfrentados.

               ¡Sin duda habría algo que ganar! ¿Por qué luchar,

               si no? Los reflejos mandan, gobiernan el gallinero,


               se dijo Sean.

                      Y como por coincidencia, en aquel instante to‐


               dos oyeron el canto de un gallo.

                      —Lo malo de las carreras humanas es que son

               eso...,  carreras  —gruñó  Jerónimo,  apoyado  sobre


               ambos—. Todos piensan sólo en pisar al más cer‐

               cano, ¡así que no es de extrañar que nadie gane!


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