Page 167 - El Jardin De Las Delicias - Ian Watson
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Cuando el nadador salió del agua, Sean le aga‐
rró por el cuello. Era un tipo encanijado, de cabello
color zanahoria y nariz verrugosa.
—¿Por qué os empeñáis en entrar a través del
puente? ¿No veis que el otro bando quiere salir,
maldita sea?
—¡Es preciso! ¡Es preciso! Casi había consegui‐
do pasar, pero algún maricón me echó abajo.
—El esfuerzo de los unos anula el de los otros
— suspiró Sean.
El hombre le echó una mirada cargada de astu‐
cia.
—¿Así que los opuestos se anulan mutuamen‐
te, no es cierto?
Cuando Sean aflojó la presa, el fulano aprove‐
chó para soltarse y echó a correr por la orilla, mien‐
tras voceaba absurdamente:
—¡ La orilla opuesta! ¡ La orilla opuesta!
Sean se rascó la cabeza.
—¿Sabéis una cosa? Creo que realmente
aprenden algo, a través de la repetición y de la
frustración, igual que las ratas en un laberinto. Sólo
que son personas. Quizá sea preciso que las perso‐
nas reconozcan la rata..., y hasta el reptil que vive
dentro de ellas. Que se den de narices con ello.
—¿Aprender? Eso no nos acerca a nuestro bo‐
cado de pollo asado —se burló Muthoni, agitando
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