Page 185 - El Jardin De Las Delicias - Ian Watson
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Un hombre gordo daba vueltas al grupo con
toda la prisa de que era capaz. Llevaba la partitura
tatuada en las nalgas, y los tatuajes cambiaban de
forma con el temblor y la agitación de las carnosas
posaderas. De manera que cada músico sólo podía
leer su particela durante un instante, y además de‐
formada. Entre vistazo y vistazo, los músicos con‐
tinuaban a voluntad o improvisaban, con lo que se
producían chocantes disonancias que, sin embargo,
se habrían resuelto en una armonía con sólo que
hubiesen logrado ponerse de acuerdo.
Un extraño director de orquesta, vestido de
muselina rosa, caminaba torpemente tras el nalga‐
torio que era su partitura. Tenía cabeza de sapo, de
la cual brotaba una lengua delgada para azular y
cosquillear aquellas nalgas como marcando el rit‐
mo..., o tal vez para estropearlo.
Cerca de los músicos, sobre la pendiente de
una duna, reposaba el hasta aquel momento único
integrante del auditorio: el esqueleto de un caballo.
En cuanto se acercaron los expedicionarios, las
diferentes melodías de bajo, tenor y soprano se pu‐
sieron súbitamente de acuerdo y formaron un con‐
trapunto. La orquesta tocaba como un reloj de figu‐
ras que diese al mismo tiempo, y triunfalmente, la
hora, el día y el año, con una armonía perfecta,
aunque sonase algo precaria. Incluso tocada con
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