Page 186 - El Jardin De Las Delicias - Ian Watson
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aquellos  instrumentos  antiguos  y  raros,  la  tonada

               recordaba  algo  conocido,  y  Sean  la  acompañó  sil‐

               bando. Era un pasaje del Pasifal wagneriano, arre‐


               glado para organillo, arpa‐laúd, timbal y flauta. Era

               música griálica.

                      El esqueleto de caballo rebulló y se puso en pie.


               Los  huesos  bailaban  al  compás  de  la  música.  Al

               mismo tiempo empezaban a revestirse de una car‐

               ne fantasmal: los músculos, los nervios, las venas,


               las arterias, las vísceras y el tejido conjuntivo. Apa‐

               recieron ojos en las cuencas vacías y una lengua en‐


               tre los dientes. La grasa y la carne, la piel y el pelo

               se  formaron  sobre  aquella  anatomía  imprecisa  El

               caballo se puso a trotar, y luego hizo una cabriola,


               para ejecutar seguidamente la levade y la courbette.

                      Entonces,  el  sapo  director  de  orquesta  dio  un


               lengüetazo a las nalgas de la partitura, y volvió a

               reinar la disonancia.

                      El caballo se mustió y se tambaleó, anduvo has‐


               ta la duna y se descompuso otra vez en esqueleto,

               en un armazón de huesos mondos y secos. Sin ha‐

               cer  caso  de  los  sonidos  cada  vez  más  agrios,  per‐


               maneció inmóvil.

                      Los recién llegados depositaron a Jerónimo en

               el suelo. Si un caballo muerto podía bailar al son de


               aquella música, él al menos podía tratar de mante‐

               nerse  en  pie.  Tan  pronto  como  los  compases  de

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