Page 219 - El Jardin De Las Delicias - Ian Watson
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Una  vez  había  logrado  hablar,  los  labios  y  la

               lengua se desataban y lubricaban solos.

                      —Pero no queremos que nos dispares.


                      —¿Para  qué  queréis  subir,  para  tener  compa‐

               ñía?

                      La necesidad de entrar allí y emborracharse (no


               importaba de qué hicieran la cerveza o el vino, ni lo

               infernal que fuese la resaca), podía más que ningu‐

               na otra cosa; la necesidad de dejarse caer sobre un


               banco y charlar toda la noche..., aunque fuese una

               noche sin final. Sean atenuó sus deseos, aunque era


               como querer sacar agua de la piedra en que se ha‐

               bía convertido su cuerpo. Y el lamento de la gaita

               sonaba cada vez más fuerte allá arriba, sobre su ca‐


               beza, como la llamada del almuecín desde un mi‐

               narete de adeptos a la bebida.


                      —Con charlas huecas no iremos a ninguna par‐

               te —graznó—. Ruido, ruido y nada más. Eso es lo

               que canta la gaita. Quiero trepar hasta ese disco de


               allá arriba.

                      (Aunque el estrépito allí sería ensordecedor.)

                      —Quiero ver esa cara de cerca.


                      (¿Qué parte de la conciencia de Knossos estaría

               impresa en aquel Ozymandias de piedra, montan‐

               do la guardia en el Infierno mientras él erraba por


               el Jardín en su presencia carnal?)

                      —Quiero ver dónde está el Diablo.

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