Page 243 - El Jardin De Las Delicias - Ian Watson
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lo que vaciaba en ese agujero (a través de un saco
inflado de gases intestinales) eran seres humanos.
Uno de vez en cuando. Muy de vez en cuando.
Aunque permanecieron durante largo rato atentos
a lo que revelaba el cristal de aumento del aire, no
vieron que se acercase nadie, excepto dos hombres
y una mujer, para hablar con él. Después de una
conversación mas o menos larga, él atrapó a uno de
los hombres y a la mujer con sus manazas como
garras, se tos metió enteros en el pico y se los tragó,
para evacuarlos al poco rato por el otro extremo.
En cuanto al segundo hombre, lo desdeñó y lo echó
de allí... ¿Por indigesto, tal vez? No hubo más peti‐
cionarios y el Diablo se quedó solo, dueño único
del valle donde se alzaba su trono.
—La otra cara de Dios —dijo al fin Sean.
Descolgándose, llegaron hasta los restos de una
de las barcas en donde se empotraban las piernas
arborescentes del coloso Knossos; luego saltaron al
hielo, y de resbalón en resbalón lograron salir a la
orilla. Sudorosos, bañados en el resplandor anaran‐
jado procedente del valle, abordaron la cuesta.
Inmediatamente, el Diablo fijó en ellos su ne‐
gro y reluciente ojo. Mientras se acercaban poco a
poco, fueron abofeteados por un hedor químico
que subía del agujero cloacal situado debajo del
trono‐orinal: disolución de la carne, digestión, eli‐
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