Page 35 - El Jardin De Las Delicias - Ian Watson
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con su relente metálico... E incluso resultaba eufo‐
rizante. Quizá la proporción de oxigeno era más al‐
ta de lo que ellos estaban acostumbrados, y además
se respiraba todo un ramillete de aromas: a almiz‐
cle, a limón, a musgo, a ámbar y a muguete fresco.
—Es como si todo esto no estuviera ocurriendo
en realidad —se lamentó Paavo.
—Eso demuestra lo mucho que les queda por
aprender. ¡ Ah! Deben de haber andado mucho
camino.
—¡Qué si hemos andado camino! ¡Ya lo creo,
hombre! Venimos de la Tierra, y eso está a cuarenta
y cinco años luz y ochenta y siete años de hiberna‐
ción. La propulsión hiperespacial no se ha mejora‐
do desde que salió vuestra Exodus. Hay límites...,
hay límites —concluyó Paavo, mientras pateaba el
suelo con impaciencia, como si todavía tuviera en‐
tumecidos los dedos de los pies.
—Sí, claro. Ya sé —asintió Jerónimo con jovia‐
lidad—. Lo recuerdo. Soy el único que..., se molesta
en seguir recordando esas cosas. Es mi..., ¡hum! Di‐
gamos que es mi misión. Es una suerte que hayan
aterrizado aquí. Supongo que no habrá sido por
coincidencia, ¿verdad?
—El sistema de dirección se estropeó en el úl‐
timo momento. La suerte ha sido el haber conse‐
guido bajar sin estrellarnos.
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