Page 39 - El Jardin De Las Delicias - Ian Watson
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ra de ser, también en ese caso: no encajaría con la
pintura.
—¡Ah, eso! Dios usa barba. No lo digo porque
le haya visto en persona. Es su prerrogativa, el dis‐
tintivo del oficio. ¡Ach! Hasta el presente, Él es el
único adulto de este mundo..., y nosotros somos
Sus hijos. El sendero del crecimiento empieza en el
país de la infancia, ¿no dice así el refrán? Los niños
no tienen vello corporal. Si quieres tener pelo, con‐
viértete en una bestia. O en un demonio. Algunos
demonios son personajes bastante peliagudos. El
vello oculta, ¿comprenden? Y aquí no somos parti‐
darios de escondidillas, ¡como habrán observado!
—Niños —dijo Paavo con amargura—. Sí, se
observa un comportamiento bastante infantil por
aquí.
—Pero, ¿dónde están los niños de verdad? —
preguntó Muthoni.
—¡Ah! Estaba bromeando un poco. No ha sido
muy correcto por mi parte. Lo que pasa es que me
han sorprendido. He de ir acostumbrándome a us‐
tedes..., ¡hum!, terrícolas. Para mí, después de todo
el tiempo transcurrido, todo esto me resulta dema‐
siado obvio.
—¡Los niños!
—Todavía no tenemos la suficiente madurez
para engendrar nuevos niños. Pero la Copernicus
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