Page 149 - Sumerki - Dmitry Glukhovsky
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con la cabeza y murmuraba frases incomprensibles. Me
llevé la impresión de que el empleado estaba
reviviendo las conversaciones con el cliente y con el
agente de la policía. Traté, en vano, de imaginarme
cómo un hombre mayor con aspecto de intelectual
había podido provocarle tanta angustia a un hombre
tan confiado en sí mismo.
Al fin, cejé en mis intentos de lograr que me dijera
algo más. Salí furioso del despacho, di un portazo y me
marché escaleras abajo.
No tenía ningunas ganas de marcharme a casa. Aun
cuando llevara muchas horas despierto y hubiera sido
más que razonable volver a casa para recobrar el ritmo
natural de las horas de sueño, me deprimía sólo de
pensar en el asfixiante vacío que reinaba en mi piso y
que en esta ocasión no podría llenar con trabajo. Preferí
quedarme en la calle.
No sabía cuál era mi meta ni tampoco seguía una
ruta determinada; deambulé por las callejas
sorprendentemente descuidadas del centro de Moscú,
sin prestar atención a nada salvo a mis propios pies, por
lo que choqué varias veces con otros transeúntes; no me
enteraba del viento gélido ni de la lluvia que empezaba
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