Page 151 - Sumerki - Dmitry Glukhovsky
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el umbral, como petrificado, y luego, por fin, volví en
mí mismo, me abroché el abrigo, y con pasos lentos,
encorvado, emprendí el camino de vuelta a casa.
En cuanto hube abierto la puerta del piso con la
pesada llave de cobre, fui de inmediato al cuarto de
baño. Llené la bañera con agua caliente y me metí
dentro. Pero no me sirvió de nada. Durante toda la
noche me persiguieron opresivas visiones: en ocasiones
caminaba sin rumbo por un desierto infinito bajo un sol
ardiente, siempre sobre arenas abrasadoras, y sin
embargo no lograba dar ni un solo paso adelante; otras
veces quedaba atrapado en los pantanos de una selva
tropical. En un momento especialmente terrorífico en el
que tenía la sensación de que el mundo entero se
quedaba sin aire e iba a asfixiarme, la pesadilla
entreabrió las tenazas con las que me sujetaba y emergí
de las profundidades del sueño, jadeante de fatiga.
Tenía la cama toda húmeda. Temblaba, me ardía la
frente y me notaba la garganta seca. Con las últimas
fuerzas que me quedaban aparté el edredón de mi
cuerpo, porque temía que me ahogara, y me quedé
tumbado durante largos minutos sobre la cama,
incapaz de levantarme. Sentía en los oídos el pálpito
regular de la sangre, y su ritmo hizo que naciese en mi
mente la fantasía de una compañía de soldados
marchando frente a la tribuna. Entendí que se trataba
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