Page 150 - Sumerki - Dmitry Glukhovsky
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a caer. No tardó en oscurecer. Las casas se desdibujaron
hasta transformarse en una única y gigantesca pared, la
calle se convirtió en una sima embrujada. Por algún
extraño motivo los vecinos no habían encendido las
luces. Casi todas las ventanas estaban negras y opacas.
El conjunto era absolutamente antinatural, y mi
incomodidad se hizo cada vez mayor.
Me imaginé que las paredes de esa sima, como en
las viejas leyendas, se juntaban cada vez más, y que
llegaría el momento en el que me aplastarían y me
reducirían a polvo. Guiado por la idea totalmente
demencial de escapar de entre ellas, empecé a caminar a
mayor velocidad, y finalmente eché a correr. Llevaba el
abrigo desabrochado, la lluvia racheada me golpeaba
en el pecho, y el viento gélido hacía que la camisa
húmeda se me pegara al cuerpo. Presa del pánico y sin
acertar a detenerme, seguí corriendo, hasta que por fin
columbré unas ventanas iluminadas en la lejanía. La
lluvia me entró en los ojos y los puntos de luz se
descompusieron en el agua que me cubría las pupilas, y
brillaron con muchos colores distintos, como estrellas
que me hubieran mostrado el camino.
Cuando por fin llegué a la casa de las ventanas
iluminadas me di cuenta de que había regresado a la
antigua biblioteca infantil en la que se hallaba la
agencia de traducción. Aguardé unos diez minutos en
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