Page 17 - Sumerki - Dmitry Glukhovsky
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bronce, se reflejan en la cargada atmósfera de la noche.
Quién sabe, tal vez existan de verdad, allí, al otro lado
de la ventana... más brillantes, con contornos más
nítidos cuanto más brilla la luz en mi cuarto.
Aparte de la lámpara de escritorio, también tengo
encendida la luz de la cocina, y tampoco la apago hasta
que despunta la luz mortecina del alba. Procedo de esta
manera por mi propio confort... en este piso no podría
vivir de otra manera.
Mi piso es espacioso y antiguo, de techos altos
(para cambiar las bombillas fundidas necesito una
escalera), amueblado con piezas antiguas y agrietadas,
de abedul de la Carelia, que ni con todo el dinero del
mundo se podrían hacer reparar. Pero no sería capaz de
vendérmelas, porque este piso lo heredé de mi abuela.
Cuando aún era niño, la visitaba muy a menudo, y
cuando murió y heredé su piso fue como si regresara a
la infancia.
Antiguamente, cuando pasaba alguna noche en
casa de mi abuela —en esos tiempos aún no estaba
enferma— no me abandonaba la sensación de que su
casa respiraba con aliento propio. Y cuando la abuela
salía, me parecía oír sus pensamientos murmurando
por los rincones y el eco de sus pasos por el pasillo.
Hoy en día también vivo con la sensación de que el piso
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