Page 23 - Sumerki - Dmitry Glukhovsky
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Me da la oportunidad de olvidarme durante veinte
minutos de los secretos de la vida interior de una
lavadora, o de las posibles sanciones contractuales por
la no entrega de unos muslos de pollo.
Caliento siempre el agua en una cocina de gas. El
cazo para calentar el agua hace juego con el piso:
también es viejo y evoca con inusitada fuerza los
recuerdos del hogar. Es de color rojo, con adornos de
esmalte blanco, y tiene una boquilla ancha en la que se
coloca un vistoso silbato antes de ponerlo al fuego. Para
sacarlo del fogón y levantar la tapadera empleo siempre
una manopla de cocina acolchada igualmente roja. Saco
el té del paquete con una cucharilla de mango en espiral
y lo pongo a hervir en una tetera pequeña de porcelana
azul marino, trabajada a mano, que hace mucho tiempo
alguien me trajo de Tashkent.
Poner dos cucharaditas de hojas de té
desmenuzadas en la tetera enjuagada y seca, verter
agua caliente, cubrir con la tapadera y aguardar con
paciencia durante cinco minutos. Un vapor atrayente y
aromático escapa por debajo de la tapadera y por la
boquilla, pero no hay que apresurarse: mejor esperar a
que el té acabe de hacerse.
Normalmente, para pasar el tiempo, hojeo los
periódicos que he comprado a lo largo del día. Pero esa
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