Page 296 - Sumerki - Dmitry Glukhovsky
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Que, al cabo de un rato de silencio, Juan Nachi Cocom
volvió a nuestra conversación anterior y explicó que el pecado
no se le podía imputar a ninguno de los nuestros, sino a
cierto hombre jaguar. Que el guía no se veía capaz de
explicarme con exactitud qué clase de criatura podía ser
aquélla ni por qué había matado a uno de su propia estirpe.
Que no entendí nada de su confuso relato, salvo que los
indios consideraban que esa extraña criatura híbrida era un
demonio fuerte y peligroso, que de noche robaba niños en las
aldeas de la selva y que era totalmente imposible protegerse de
él, y más todavía matarlo.
Que al instante me acordé del espantoso grito y le
pregunté a Juan Nachi Cocom si no habría sido un jaguar lo
que se había hecho oír cerca de nuestro campamento durante
la noche pasada, pero él lo negó y dijo que sabía reconocer, sin
vacilaciones ni errores, la voz de una bestia ordinaria. Que,
sin embargo, el grito que habíamos oído en la selva en el día
anterior le había recordado, por encima de todo, a su primera
infancia; en aquellos tiempos, al oír por la noche idéntico
sonido, su madre lo ocultaba en el lugar más recóndito de la
cabaña y cerraba la puerta, y su padre salía con una lámpara,
y llevaba en la mano una lanza especial, una lanza
embrujada, que no sólo podría matar hombres y animales,
sino también espíritus.
Que yo no creía que Hernán González se hubiera
suicidado, pero tampoco que los dioses de los indios hubieran
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