Page 297 - Sumerki - Dmitry Glukhovsky
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           puesto  fin  a  su  vida,  sino  que  pensaba,  más  bien,  que  era

           Vasco de Aguilar quien lo había estrangulado. Que, con todo,

           los acontecimientos del día siguiente pondrían de manifiesto


           cuál de los dos tenía razón y quién se equivocaba.


                  Que  anduvimos  durante  el  día  entero,  pero  con  gran

           morosidad,  a  causa  de  la  fatiga  que  se  había  adueñado  de


           nosotros.  Que  al  finalizar  el  día  siguiente  padecimos  una

           nueva  desgracia,  porque  dos  de  los  soldados  más  débiles,


           Francisco Balbona y Felipe Álvarez, empezaron a hablar en

           un delirio ocasionado por la fiebre y repetían una y otra vez

           que veían dos gigantescas y espantosas figuras que se cernían


           sobre nosotros, y que parecían guardianes de una enigmática

           puerta.


                  Que ni yo mismo, ni fray Joaquín, ni Vasco de Aguilar,

           ni tampoco nuestro guía alcanzamos a ver nada semejante y


           que por ello ordenamos a nuestros soldados que, so pena de

           severos  castigos,  siguieran  adelante.  Que  uno  de  los  dos,


           Felipe  Álvarez,  se  resignó  a  ello,  aun  cuando  Vasco  de

           Aguilar  tuviera  que  apalearlo;  que,  en  cambio,  el  segundo,

           Francisco  Balbona,  rogó  en  voz  alta  el  socorro  de  la  Santa


           Madre de Dios y a continuación echó a correr en la dirección

           contraria. Que habría sido imposible detenerlo, porque corría


           con demasiada rapidez, y al cabo de unos pocos minutos había

           desaparecido  tras  uno  de  los  recodos  del  sacbé.  Que,  un

           instante después, se oyó desde allí un ensordecedor bramido,


           por el que me temblaron las rodillas incluso a mí, y que al

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