Page 114 - El Increible Hombre Menguante - Richard Matheson
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como un cáncer. Destruyen con el mismo secreto, la
misma efectividad, la misma… Di la verdad, ¡oh,
profeta!… la misma fealdad. —El hombre le miró—.
¿Eh, muchacho? —dijo, riendo entre dientes,
eructando e hipando.
—Señor, me apeo aquí.
—Te llevaré a Freeport, hijo mío —dijo el
hombre—. ¡A Freeport! La tierra de la alegría y las
extirpaciones casuales. Fortaleza de los
obsesionados suburbanos… —el hombre miró
abiertamente a Scott—. ¿Te gustan las muchachas,
hijo mío?
La pregunta cogió a Scott desprevenido. En
realidad, no había prestado atención al monólogo
del hombre. Miró al individuo de soslayo. De
pronto le pareció más grande; como si, con la
pregunta, hubiese aumentado de volumen.
—No vivo precisamente en Freeport —
respondió Scott—. Yo…
—¡Es tímido! —la risita del corpulento
individuo se convirtió súbitamente en un
cloqueo—. ¡Oh, tímida juventud amada!
La mano volvió a dirigirse a la pierna de Scott.
El rostro de Scott se puso tenso al levantar la vista
hacia el hombre, mientras el olor a whisky y cigarro
invadía su nariz. Vio que la punta del cigarro se
encendía y apagaba, se encendía y apagaba.
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