Page 129 - El Increible Hombre Menguante - Richard Matheson
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con seguridad; y aquél era un cruel peso que
aplastaba cualquier recuerdo.
Siguió llorando silenciosamente, sin inmutarse
siquiera cuando el gigante cogió su esponja y, con
un gruñido de dinosaurio, la tiró al suelo. Aquélla
mañana había experimentado toda clase de
sensaciones —desde el pánico hasta la hilaridad,
desde la tranquilidad al terror―, para sumirse
nuevamente en la tristeza. Permaneció junto a la
plataforma, mirando cómo el gigante sacaba la
cubierta del calentador y la ponía a un lado para
introducir el destornillador en sus entrañas.
Un viento helado sopló en torno a él y, entonces,
giró la cabeza con tal rapidez que sintió un gran
dolor en los músculos de la nuca. ¡La puerta!
«Oh, Dios mío», pensó, sorprendido ante su
propia estupidez. ¡Dejarse envolver por su
inconsolable tristeza mientras la ruta hacia la
libertad le aguardaba!
Estuvo a punto de echar a correr hacia la puerta.
Después, reprimiendo su impulso, pensó que el
gigante podría verle y creer que era un insecto, pues
no podría distinguir más que su pequeñez y
movimiento.
Sin apartar los ojos de la figura que se alzaba
ante él, retrocedió a lo largo de la plataforma hasta
llegar a la pared. Entonces, dando media vuelta,
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