Page 187 - El Increible Hombre Menguante - Richard Matheson
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El dedal se balanceaba de un lado a otro, y el
agua se desbordaba y salpicaba el cemento. Scott
permaneció allí temblando, conteniendo el aliento
y lamiendo con la lengua las frías gotas de su boca.
Finalmente, cuando el dedal ya se balanceaba
con menos violencia, se acercó a él y recogió con las
manos el agua que seguía cayendo. Estaba tan fría
que sintió ateridas las palmas.
Cuando terminó de beber, retrocedió y
estornudó. «Oh, Dios mío, ahora viene la
pulmonía», pensó. Empezaban a castañetearle los
dientes. La túnica de algodón estaba fría y se
adhería a su cuerpo. Con espasmódicos e
impulsivos movimientos, se quitó la túnica por la
cabeza. Una oleada de aire frío le envolvió.
Tenía que salir de allí. Tirando la túnica
empapada al suelo, corrió al hilo y empezó a trepar
lo más velozmente que pudo. Tras subir tres metros
se sintió exhausto. Cada movimiento ascendente le
resultaba más difícil que el anterior. El dolor
muscular alternaba entre la tensa agudeza cuando
trepaba y un dolor sordo cuando descansaba.
No podía descansar más de unos segundos. A
cada pausa que hacía, tenía más frío. Con todo el
cuerpo en piel de gallina, siguió trepando,
respirando con la boca abierta. Una media docena
de veces pensó que iba a caerse de agotamiento, ya
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