Page 252 - El Increible Hombre Menguante - Richard Matheson
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estrellas fugaces. El tiovivo era una brillante caja de


            música cacofónica que giraba y giraba, mientras los


            vistosos  caballos  de  ojos  desorbitados  subían  y


            bajaban  interminablemente,  inmóviles  en  su


            posición  de  galope.  Minúsculos  coches,  trenes  y


            tranvías,  parecidos  a  graciosos  insectos,  daban


            interminables  vueltas  en  sus  círculos  cerrados,



            abarrotados de chiquillos con el rostro enrojecido


            que gritaban y agitaban las manos. Los pasillos eran


            ociosas corrientes de personas que se amontonaban


            alrededor del magnetismo de los pregoneros, de las


            tiendas de comida y de las barracas donde podían


            lanzarse dardos contra globos de diversos colores,


            contra botellas de leche de madera en cuya parte


            superior se apoyaban pelotas de béisbol, o monedas


            sobre mosaicos de cuadros de colores. El ambiente



            estaba lleno de sonidos y los focos lanzaban blancas


            cintas luminosas hacia el cielo.


                   Cuando  llegaban  otro  coche  salía  del


            aparcamiento, y Lou metió el Ford en la plaza libre,


            puso el freno de mano y cerró el contacto.


                   —Mamá,  podré  subir  al  tiovivo,  ¿verdad?  —


            preguntó Beth con excitación.



                   —Sí,  cariño  —repuso  distraídamente  Lou,


            mirando hacia donde Scott se hallaba sentado, en


            un  rincón  del  asiento  posterior,  con  las  pálidas


            mejillas iluminadas por el resplandor del parque de






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