Page 255 - El Increible Hombre Menguante - Richard Matheson
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Una vez, hacía mucho tiempo, un muchacho
llamado Scott Carey se había sentado en el asiento
de una noria como aquélla, paralizado por un
delicioso terror y agarrado con toda su fuerza a la
barra protectora. Había conducido coches de
juguete, girando el volante como si fuese un
verdadero chófer. Y, en un verdadero tormento de
satisfacción, había surcado los aires en un látigo,
sintiendo en el estómago los brincos de los hotdogs,
las palomitas de maíz, los algodones de azúcar y el
helado. Se había paseado por la reluciente
irrealidad de otra feria, rebosante de alegría ante la
vida que en una sola noche levantaba tales
maravillas en terrenos vacíos.
―¿Por qué debo quedarme en el coche?
Se formuló la pregunta unos minutos después,
con beligerancia, casi con obstinación. ¿Qué
importaba que la gente le viera? Pensarían que era
un niño extraviado. Y aunque supiesen quién era,
¿qué diferencia podía suponer eso? No iba a
quedarse en el coche, eso era todo.
El único problema residía en que no podía abrir
la portezuela. Ya era bastante difícil empujar uno
de los asientos anteriores hacia delante y
encaramarse a él. Le resultaba imposible levantar la
manivela. Sin embargo, lo intentó una y otra vez, a
cada momento más nervioso, hasta que dio una
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