Page 349 - El Increible Hombre Menguante - Richard Matheson
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—No quiso hacerte daño, Scott —le dijo Lou
aquella noche.
—Ya lo sé —contestó él, pegando los labios al
pequeño micrófono de bolsillo que reproducía su
voz con claridad a través de los altavoces del
fonógrafo—. Lo que ocurre es que no lo entiende.
Sin embargo, lo mejor es que no se me acerque. No
se da cuenta de mi fragilidad. Me ha cogido como
si fuera una muñeca indestructible, y no lo soy.
El final llegó al día siguiente.
Él permanecía en un establo lleno de paja y
contemplaba los rostros de María, José y los Reyes
Magos, parados ante el Niño Jesús. Reinaba un
silencio absoluto. Entrecerrando los ojos, podía
imaginarse que estaban todos vivos, que el rostro
de María sonreía ligeramente y que los Reyes
Magos se inclinaban, temerosos y reverentes, sobre
el pesebre. Los animales comían, y él aspiraba los
diversos olores del establo y oía el débil y hermoso
ruido del llanto del niño.
Entonces sintió una oleada de aire frío que le
hizo estremecer.
Miró hacia la cocina y vio que la puerta estaba
ligeramente entreabierta y que el viento cubría el
suelo de blancos copos de nieve. Esperó que Lou la
cerrara, pero no lo hizo. Entonces oyó el lejano
repiqueteo del agua y comprendió que se estaba
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