Page 89 - El Increible Hombre Menguante - Richard Matheson
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hasta la repisa de la mesa de mimbre. Sacudió el
hilo hasta que el palo se soltó y cayó. Lo ató y se
dispuso a bajar hasta el suelo.
Era extraño; aún no sabía por qué no se había
suicidado. La desesperada situación en que se
encontraba lo justificaba. Sin embargo, aunque a
menudo había deseado poder hacerlo, algo le había
detenido siempre.
Resultaba difícil saber si lamentaba o no esta
imposibilidad de acabar con su vida. A veces
parecía como si no importara la cuestión, excepto
en un vago aspecto filosófico; pero ¿qué filósofo
había menguado alguna vez?
Tocó el suelo helado con los pies y se apresuró
a recoger las sandalias y ponérselas; las sandalias
que él mismo había hecho con un cordel. Así estaba
mejor. Ahora debía arrastrar el paquete hasta el
lugar donde dormía. Entonces podría quitarse la
túnica y tenderse al calor, descansar y comer.
Corrió hacia el paquete, ansioso de terminar de una
vez.
El paquete era tan pesado que sólo pudo
trasladarlo lentamente. Tras empujarlo unos cinco
metros, se detuvo y descansó, sentado encima de él.
Cuando hubo recobrado el aliento, se puso en pie y
lo empujó un trecho más, pasando junto a las dos
macizas mesas, la manguera enrollada, la segadora
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