Page 107 - La Penúltima Verdad - Philip K. Dick
P. 107
La penúltima verdad Philip K. Dick 107
‐Tu alocución ‐le dijo a Lantano‐ no sólo está
inteligentemente construida, sino que contiene sabiduría
auténtica. Es como un discurso de Cicerón.
Recordó con orgullo que él había tomado como ejemplo
de su obra autores antiguos tan eminentes como Cicerón
y Séneca, los discursos de las obras históricas de
Shakespeare, y por último los de Tom Paine.
Mientras volvía a meter las hojas de su discurso en su
cartera, David Lantano dijo con tono serio:
‐Agradezco ese comentario, Adams; significa mucho,
especialmente viniendo de ti.
‐¿Y por qué precisamente de mí?
‐Porque ‐repuso Lantano, pensativo‐, yo sé que, a pesar
de tus limitaciones... ‐dirigió una rápida y penetrante
mirada a Adams‐, a pesar de tus limitaciones, pones
sinceridad en tu trabajo. Creo que me entiendes, ¿no? Hay
defectos, como la excesiva facilidad y una retórica huera,
que tú has evitado escrupulosamente. Te observo desde
hace varios años y he visto la diferencia que hay entre tú
y los demás. Brose también se ha dado cuenta de esa
diferencia, y aunque arroja al cesto gran parte de lo que
escribes y no suele darte coba, te respeta. No tiene más
remedio que respetarte.
‐Hombre... ‐comentó Adams.
‐¿Acaso te ha asustado, Adams, ver tus mejores
producciones rechazadas en Ginebra? ¿Sabes que han ido
a parar al cesto después de llegar tan lejos? ¿Te produce
107

