Page 111 - La Penúltima Verdad - Philip K. Dick
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La penúltima verdad Philip K. Dick 111
reacción era positiva, las autoridades soviéticas pedirían
una copia de la cinta de Megavac 6‐V que contenía el
discurso, y la entregarían a su propio Megavac de Moscú
para programar con ella su propio simulacro... Por otra
parte, Brose podía reclamar para Ginebra, si quería, la
cinta original, no la copia, y declararla oficialmente
material didáctico de primera clase. Los hombres de
Yance de todo el mundo tendrían que inspirarse
obligatoriamente en ella para redactar sus futuros textos.
El discurso de Lantano, si era tan bueno como a Adams le
había parecido, podía convertirse en una de aquellas
raras declaraciones «eternas» que pasaban a ser pilares
fundamentales de la política. ¡Qué honor! ¡Y para un
hombre tan joven!
‐¿Cómo puedes afrontar esa cuestión? ‐preguntó
Adams al joven moreno recién reclutado por la
Organización Yance, y que ni siquiera tenía una
residencia terminada, y que por las noches vivía en una
mortífera zona radioactiva donde se quemaba, enfermaba
y se dejaba jirones de su vida sin que ello le impidiera
escribir con mano maestra‐. ¿Cómo puedes aludir tan
claramente al hecho de que los habitantes de los tanques
están siendo sistemáticamente privados de sus derechos? Es
eso lo que tú has tenido el valor de decir en tu discurso.
Recordó las palabras exactas de Lantano, a medida que
las iba pronunciando con tono enérgico el simulacro de
Yancy: «Lo que vosotros tenéis ‐dijo a los habitantes de
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