Page 241 - La Penúltima Verdad - Philip K. Dick
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La penúltima verdad Philip K. Dick 241
Al cabo de unos minutos se descubrió un trozo de tela
compuesto de fibras artificiales. Y luego, en una mesa
baja, unas huellas dactilares que no pertenecían a la
víctima.
‐No hace falta que sigáis buscando ‐dijo Foote a sus dos
robots.
‐Pero, señor ‐repuso uno de ellos‐, quizá podríamos
encontrar también...
‐No hay más ‐dijo Foote‐. Es todo lo que produce el
Gestalt‐macher modelo standar 2004 de la Eisenwerke:
voz, huellas dactilares, cabellos, gotas de sangre,
muestras de tejido, indicación del peso corporal y ondas
cerebrales del tipo alfa características de un sujeto
determinado... es todo y más que suficiente, Con estos
datos, cualquier computadora medianamente informada
daría una tarjeta de identificación: tenemos siete factores
indicadores. En realidad, seis de ellos son innecesarios.
Bastaban las ondas cerebrales... o en su defecto, las
huellas dactilares.
Era lo que le disgustaba de aquel invento de la
Alemania Occidental desarrollado durante la guerra: que
se pasaba de la raya. El noventa por ciento de sus circuitos
y de sus actividades eran innecesarios... en cuyo caso, al
convertirse en televisor portátil habría tenido el peso
adecuado. Pero la mentalidad alemana era así: les
gustaba la Gestalt, la imagen completa de todo.
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