Page 262 - La Penúltima Verdad - Philip K. Dick
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La penúltima verdad Philip K. Dick 262
edad y por último, cuando se acerca, parece como un
hombre joven. ¿Tiene mujer e hijos? Entonces, no puede
ser tan joven como ahora aparenta. Lo cierto era que
David Lantano, que salía del sótano precediéndole, se
movía como un joven de veinte años, en la plena lozanía
de la juventud. No parecía cargar con las
responsabilidades de una mujer e hijos; del matrimonio,
en una palabra.
El tiempo, pensó Nicholas, es como una fuerza que a
todos nos obliga a seguirle en su misma dirección, con
total poder por su parte y ninguno por la nuestra. Para él
es como si estuviera repartido; cede a ese poder y, sin
embargo, simultánea o quizás alternativamente, lo
captura y lo domina y luego sigue adelante hacia su
propia meta.
Siguió a Lantano y a su hilera de robots, hasta salir del
refugio a la luz grisácea de un día oscuro.
‐Hay puestas de sol maravillosas ‐dijo Lantano,
deteniéndose para mirar hacia atrás‐, que compensan la
suciedad de la atmósfera diurna. ¿Tuviste ocasión de ver
Los Angeles en un día de smog?
‐Nunca he vivido en la costa occidental ‐repuso
Nicholas. Y luego pensó: «Pero el smog desapareció de
Los Angeles hacia 1980; yo ni siquiera había nacido
entonces Lantano» ‐le preguntó a continuación‐, ¿cuántos
años tienes?
El hombre que le precedía dio la callada por respuesta.
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