Page 264 - La Penúltima Verdad - Philip K. Dick
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La penúltima verdad Philip K. Dick 264
despoblado. Todos los mamíferos han muerto. Han
desaparecido para siempre y ya no volverán.
Siguieron su camino. El satélite que había cruzado sobre
sus cabezas estaba a punto de desaparecer tras la línea del
horizonte, difuminada por una neblina gris que, pensó
Nicholas, tardaría muchas generaciones en desaparecer.
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Inclinándose sobre aquel tramo de película, Cencio, con
la lupa de relojero encajada en su ojo derecho, dijo:
‐Dos hombres y diez robots. Caminando entre las ruinas
de Cheyenne hacia la villa de Lantano. ¿Quiere una
ampliación?
‐Sí ‐repuso Webster Foote sin vacilar. Había valido la
pena ordenar a su satélite un breve reingreso en la
atmósfera; eso les permitiría obtener una imagen mucho
más clara.
Las luces de la habitación se apagaron y apareció un
cuadrado blanco en la pared. Luego el cuadrado se
modificó cuando el fragmento de película fue
introducido en el proyector que al mismo tiempo lo
aumentaba 1.200 veces. El animador, aquel aparatito tan
útil, se puso a funcionar y las doce figuras empezaron a
moverse.
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