Page 292 - La Penúltima Verdad - Philip K. Dick
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La penúltima verdad Philip K. Dick 292
Hablaba con rostro descompuesto y Nicholas, al verle,
comprendió que el mundo de aquel hombre se había
desmoronado; le faltaba una base intelectual e ideológica
en que apoyarse; psicológicamente hablando, flotaba
perdido en un océano gris e ilimitado.
Lantano, sin embargo, no pareció muy conmovido por
el desaliento y la desesperación de Adams, pues le dijo
con aspereza:
‐Pero el Gestalt‐macher quedó inmovilizado en el teatro
del crimen porque los robots de Lindblom, que estaban
muy alertas, le impidieron escapar. La persona que
programó la máquina y que la envió provista de esas
pistas, sabía que Lindblom llevaba un aparato de alarma.
¿Acaso no llevan una de esas armas todos los hombres de
Yance? Usted la lleva.
Señaló con el índice al cuello de Adams, y Nicholas vio
brillar en su garganta un fino hilillo dorado, un collar
compuesto de algún metal raro.
‐Sí... eso es verdad ‐ murmuró Adams, tan
desconcertado que casi no podía encontrar palabras.
‐Por ello Brose se las arregló para demostrar sin ningún
género de dudas que no era él quien había enviado la
máquina. Como las pistas sembradas le acusaban a él, y
se considera axiomático que las huellas depositadas por
un Gestalt‐macher son falsas, entonces Foote, que por su
profesión estaba obligado a conocer este hecho, deduciría
que el asesino se había propuesto acusar a Brose, y, por
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