Page 300 - La Penúltima Verdad - Philip K. Dick
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La penúltima verdad Philip K. Dick 300
depósito de medicamentos intacto. Y quizá la suerte nos
acompañe y también encontremos un páncreas artificial.
Joseph Adams dijo:
‐Me voy.
Evidentemente, se daba por vencido. Hizo una seña a
su séquito de robots y éstos, con los cuatro agentes
asignados por Foote para protegerle, empezaron a
reunirse a su alrededor. Luego, el grupo así formado se
dirigió hacia la puerta, respirando frustración.
‐Espere ‐le ordenó Lantano en tono perentorio.
Adams se detuvo junto a la puerta, con el rostro aún
contraído por una mueca de desesperación; reflejaba todo
el sufrimiento y la confusión que sentía, el dolor causado
por la muerte de su amigo, su incertidumbre acerca de
quién lo había matado y en cuanto a lo que él debía
hacer... todos estos sentimientos se confundían en su
rostro.
Lantano le espetó entonces:
‐¿Quiere usted matar a Stanton Brose?
Adams le miró fijamente y murmuró:
‐Yo...
Su mirada se hizo luego vacía y horrorizada. Reinó un
tenso silencio.
‐No podrá huir de él, Adams. Probablemente, ni
siquiera ocultándose en un tanque subterráneo; ni eso lo
salvará, porque Brose tiene allí a sus comisarios políticos.
Si usted desciende al tanque de Nick, que tiene su
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