Page 330 - La Penúltima Verdad - Philip K. Dick
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La penúltima verdad Philip K. Dick 330
Tranquilizado, el comando de Foote volvió a meter la
pistola en la funda que llevaba sujeta a un costado,
mientras el volador ponía rumbo al noroeste.
Joseph Adams activó inmediatamente la alarma de su
muñeca izquierda. Sus robots captaron al instante la señal
de microondas, aunque los sentidos de Adams nada
percibieron. Ni los cuatro agentes de Foote tampoco.
Mientras Adams miraba fijamente los mandos, sus
robots, en una breve escaramuza, terrible pero silenciosa,
dieron muerte a los cuatro agentes de Foote. La lucha
terminó en un lapso tan breve que Adams casi no daba
crédito a su sentido. Una escotilla trasera del volador se
abrió y, con muchos tirones, chirridos y golpeteo, los
robots arrojaron por ella los cuatro cadáveres, que
cayeron en la negrura de la noche, una noche que a
Adams le parecía interminable.
Dijo entonces en voz alta:
‐¡Ea!, que no voy a Nueva York.
Acto seguido cerró los ojos. In nomine domini, pensó. Es
espantoso: he matado a cuatro hombres. Siempre tendré
que soportar ese peso. Él lo había ordenado... y sin
emplear sus propias manos. Lo que aún era peor. Pero
ellos me pusieron una pistola en la nuca, se dijo, y el
pánico me hizo perder la cabeza; me amenazaron con
matarme si no iba a Nueva York, y yo no puedo ir... que
Dios nos asista a todos. Lo cierto es que para vivir
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