Page 333 - La Penúltima Verdad - Philip K. Dick
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La penúltima verdad Philip K. Dick 333
Adams hizo una señal a sus robots y éstos se retiraron a
regañadientes. Porque, al fin y al cabo, todos eran
veteranos de guerra, la guerra de verdad que terminó
hacía trece años.
Completamente solo, ya como un mero ser humano,
Adams se aproximó al antiguo morador del tanque.
‐¿Conque encontró usted el artiforg que buscaba?
Excitado y contento como un niño en Día de Reyes,
Nicholas exclamó:
‐¡Sí! Tres artiforgs un corazón, un riñón y luego un
páncreas, todavía en su embalaje original... un recipiente
de aluminio herméticamente cerrado ‐se lo mostró con
orgullo‐. Se hizo el vacío en el interior del recipiente;
seguro que estarán como nuevos. Mire, aquí dice que este
recipiente puede mantener su contenido en perfecto
estado durante cincuenta años.
‐Bueno; al fin lo consiguió usted ‐le dijo Adams.
«Has conseguido lo que saliste a buscar a la luz del día
‐pensó‐. Tu viaje ha terminado. Has tenido suerte, chico.
¡Si las cosas fueran tan sencillas para mí! Ojalá lo que yo
necesito de manera perentoria para vivir fuese algo que
pudiese tener así, en la mano, palpable, con sus letras
rojas claramente visibles... algo que se pudiese coger y
manejar; un objeto duro y material... y mis temores fuesen
igualmente concretos. Y se limitasen como en tu caso, al
temor de no encontrar un artículo bien determinado de la
pasada guerra, para una vez encontrado dicho artículo,
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